Venezuela, fábrica de talentos bajo la sombra de la explotación
Especial para Papagayo News
Al final, en la biografía de su cuenta en la red social Twitter, Susana Ferrer se autodefine así: “Pulpito”. Y lo es. Esta joven nacida en Maracaibo, puerto ancla del occidente venezolano, a 520 kilómetros de Caracas, trabaja desde hace un año para una agencia en Guayaquil, Ecuador, en el campo del telemarketing, donde Venezuela es una crecientey reconocida cantera en la producción de especialistas en mercadeo, gestores y diseñadores.
“Lo de ‘pulpito’ es por el emoji de pulpo del WhatsApp de antes, que me gustaba mucho, y me quedó a mí porque hacía muchas cosas a la vez”, cuenta Ferrer, con 25 años y dos títulos en su mochila: Licenciada en Comunicación Social y Derecho. Escribe y habla inglés y llegó al quinto nivel de japonés, pero estudiaba dos carreras y comenzaba a trabajar en publicidad. “No tenía tiempo para estudiar y aprender”, se lamenta.
En julio pasado, desde su usuario —@xSusee— Ferrer publicó su descontento ante un monstruo que crece dentro y fuera de las fronteras patrias con un gravísimo sustento en la crisis económica que afecta a millones y convierte a cientos de miles de jóvenes millennials en mano de obra barata: la explotación laboral; poderoso imán que conecta a Venezuela con Bangladesh y sus históricos desmanes en una industria textil que se sirve de la semiesclavitud de mujeres y niños para alimentar a las más glamurosas y prósperas industrias mundiales de ropa y calzado.
Pese a los 15 mil 814 kilómetros de distancia, unas 9 mil 800 millas entre ambas naciones, el fenómeno abre una ruta intangible y se registra principalmente en el sector mercadotécnico y comunicacional, con connacionales como propulsores de un drama que ahoga a cientos de miles de técnicos y profesionales que, como Susana, tienen formación y talento, además de las capacidades multifuncionales que se le abrogan a los pulpos por la habilidad de sus ocho tentáculos.
“Me postulé para un trabajo como community manager home office en una agencia que está en Estados Unidos, luego me fijé que querían gente de Venezuela. Me ofrecieron un sueldo mensual de lo que al cambio en bolívares hoy son 8 dólares y un posible bono trimestral de 5 por eficiencia”, plasmó en twitter acompañado por el gif de una mujer con gesto de incredulidad.
Las agencias no obligan a nadie y ayudan a sortear la crisis, salta Elisa Paredes (identidad protegida por solicitud de la fuente), profesional de 23 años, quien hasta hace cuatro meses laboró en otra prestigiosa empresa de telemarketing del occidente venezolano.
Elisa asume la sobrecarga sin la rebeldía de Ferrer.
Frente a una portátil, la imagen más cruda que ofrece sobre su experiencia tiene a un project manager o supervisor de funciones, midiendo el tiempo que dispone para comer, tomar agua, descansar e ir al baño.
El reloj en la mesa se llama teamwork, herramienta tecnológica con temporizador. “Era el método para sacar el tiempo útil de mis tareas. Nunca me dijeron ‘tienes dos horas para hacer esto o para hacer aquello’, sin embargo, había cosas tácitas: tenía que dejar todo listo para el contenido del fin de semana el viernes. Me tocaba hacer 90 tuits en un día cuando normalmente haces 30”, comenta.
Esa esclavitud intelectual, a decir de José Nicolás Gómez, asesor en planificación en Finanzas Corporativas, se debe a la inexistencia de un marco jurídico y ético de regulación laboralen relación con aspectos que tienen que ver con la contratación del personal.
El asesor gerencial reconoce la sobreexplotación y la achaca a un proceso de metamorfosis empresarial. El modelo, con sucursales y operatividad transfronteriza —que reporta a casas matrices— evoluciona en un esquema operacional digital con base en el alcance de las redes sociales.
La tendencia es ir a medios, a redes, que se convierten en modelos. Esta realidad intangible de las empresas les permite competir con dos vertientes: con mano de obra calificada, que garantiza un producto o servicio final de mejor calidad, o en su defecto, mano de obra barata”.
Esta última vertiente, la más común, agiganta el desamparo de informáticos, desarrolladores de contenidos, gestores de redes sociales y diseñadores criollos que fungen como el eslabón más débil en la cadena. Este esquema de realidad virtual hace que prolifere cualquier cantidad de empresas contratantes y que la competencia por el capital humano sea más feroz.
Ese es el cordón umbilical que vuelve a unir a Venezuela con Bangladesh, uno de los mayores exportadores textiles del mundo y con un músculo de cuatro millones de personas, la mayoría mujeres, que laboran en vetustas fábricas con estampa de hornos humanos, bajo medidas extremas de vigilancia y control.
Lo hacen por salarios que ni superan los 100 euros al mes, con promedios de 72 horas semanales y jornadas corridas de hasta 16 horas para garantizar productos a multinacionales de la talla de Inditex (Zara), El Corte Inglés, Cortefiel, Primark, Tommy Hilfiger, Timberland, H&M, Marks&Spencer, Diesel, Gap y C&A.
Gómez refrenda: “Si buscas mano de obra barata lo haces en el tercer mundo. Esto da a lugar a que personas sin poder adquisitivo regalen su trabajo por no poder desplazarse a un mercado en el que haya una mejor retribución, por no tener las condiciones para competir, barreras idiomáticas o problemas con licencias laborales”.
Al final, los medios digitales no están atados a un principio de territorialidad: cualquiera puede trabajar para un diario, agencia o multinacional que se encuentre en Hong Kong, Los Ángeles, Buenos Aires o Milán, con responsabilidades que no requieren la presencia física del trabajador en las instalaciones de la organización. Esto cambia los esquemas de remuneración, contratación y seguridad social.
En una foto: Venezuela es esa nevera vacía que estremece millones de hogares.
91 % de sus familias viven por debajo de la línea de pobreza y de esa cifra el 65 % enfrenta pobreza extrema.
La más reciente Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi), elaborada por académicos universitariosapenas asoma cómo la hiperinflación tritura al bolívar soberano, la repotenciada moneda nacional venezolana, y al propio dólar estadounidense.
El retrato hablado es la experiencia de Susana Ferrer: hace cuatro meses, con los ocho dólares que le ofrecieron, su familia podía ir al mercado y regresar con un cartón de huevos, un kilo de carne, un kilo de leche, un kilo de detergente en polvo, dos kilos de pasta, un kilo de azúcar, un kilo de queso y un cuarto de kilo de café. Actualmente, con ese monto, solo compraría los tres primeros productos.
Desde el 20 de agosto hasta principios de noviembre de 2018, y pese a que la reconversión monetaria elevó tres mil 464 por ciento el salario base, el alto costo de la vidaterminó de convertir en goma espuma la solidez histórica de la moneda estadounidense. De 28 verdes que ingresaba un trabajador promedio el monto se diluye a menos de 10 dólares al mes, es decir, 0,3 centavos de dólar diarios. No alcanza ni para cancelar el envoltorio de un caramelo.
El escenario es dúctil para que explotadores del patio con inversiones en el extranjero, testigos en primera fila de lo que sufren sus coterráneos, se aprovechen del viacrucis. Alberto Marín, asesor tecnológico de empresas, relata que servicios de múltiples competencias, que cuestan entre 2 mil y 4 mil dólares en el exterior, se ofrecen en entre 50 y 100 dólares.
Las principales captaciones se hacen desde Estados Unidos, España, Panamá, Colombia, Chile y Argentina, con base en el flujo de solicitudes que se plasman en plataformas laborales para freelancers del patio.
Marín usa términos como “neoesclavitud” o “neomaquila” y destaca que tanto propios como extranjeros se aprovechan de los venezolanos que pueden, por esos servicios, recibir un salario mensual en otras latitudes equivalente a 760 mil bolívares soberanos, unos cuatro mil 220 salarios mínimos de Venezuela.
Y aquí, en el mejor de los casos, les están pagando 100 dólares al mes por ese mismo trabajo”.
Hay —además— una burbuja que Marianny León llama salario emocional.
Esta magister en tecnologías de la información y comunicación, mención Desarrollo Humano, se desempeña en Chile como Técnico en Marketing y analista en Ciberinteligencia. Ella trabajó en Venezuela como periodista, community manager, social media manager y content manager.
León explica que los dueños tratan de conectar con el alma de sus empleados: ofrecen oficinas acogedoras y adaptadas a sus gustos, con espacios de distensión, áreas de descanso coloridas, repletas de sofás, pufs y zonas de juegos. “A mí me decían, ‘mira aquí tenemos videojuegos, no importa el horario, los fines de semana te llevamos a una piscina, habrá días en los que podrás venir en pijama o disfrazada’. Buscaban suplantar la suma de dinero que no ofrecían”.
Y eso no cambió.
Se acentúa según tres tipos de empresas: “Trabajé en todas. Estaba una donde los dueños eran personas con dinero que querían invertir; las emergentes que son los que salen de una agencia, conocen personas formadas y empiezan su negocio a veces con clientes robados de su trabajo anterior; y la otra, que expone el margen de lo emocional con lo económico. En ellas no hay separación entre trabajar y vivir. Simplemente llevas redes de personas que están afuera, pero las ganancias les quedan a los dueños”.
“Les comenté que no estaba en Venezuela y me dijeron que no estaban interesados. Que solo querían gente de Venezuela”. La cita de Susana Ferrer desmonta una realidad expuesta por expertos consultados: juegan con la desesperación de la gente y apuntalan a su psiquis. En las entrevistas de ingreso, los dueños de agencias discriminan a quienes viven fuera del país por tener opciones de ingreso mayores y ver reducidas sus urgencias.
Marialis Pérez (identidad protegida por solicitud de la fuente), trabajó mes y medio para una agencia del patio con sucursales en Buenos Aires y Bogotá. Sus dueños, zulianos todos, perciben sustanciosos contratos con personalidades de la farándula internacional y multinacionales de servicios y productos en Estados Unidos y Colombia.
Pérez mencionó que estaba por salir de Venezuela y sintió que no la tomarían en cuenta, hasta que mencionó que el dinero lo dispondría para que su mamá pudiera alimentarse.
Trabajó sábados, domingo, días feriados y a toda hora. Manejó cinco cuentas en inglés, con competencias en Facebook, Twitter e Instagram. Debía responder directamente a clientes maltratadores y recibía duras críticas cuando entre otras cosas, sin percibir nada para la renta de su equipo de teléfono, las fallas eléctricas le impedían desarrollar sus contenidos a tiempo.
Marialis destaca el impacto de un látigo invisible que pretendió siempre socavar su autoestima.
Esto molesta a Luis García, chief executive officer de SportWeb, y director de un equipo de 16 profesionales, entre comunicadores, editores de video y diseñadores que manejan redes sociales y personalizan coberturas.
García, coordinador de las operaciones desde Lecherías, Anzoátegui, reconoce el abuso: “He trabajado en agencias en Estados Unidos y basado en lo que he vivido trato de hacerle una oferta lo más cónsona y coherente posible a los muchachos. Procuro además que sientan lo importante que es la dignidad y el respeto”, expresa el publicista.
La agencia tiene cuatro años y maneja la publicidad de decenas de peloteros venezolanos en las Grandes Ligas. García equipó a sus muchachos con teléfonos inteligentes, laptops, cámaras y trabaja en la expansión. En promedio, cancela entre 50 y 100 dólares, “que sé que no es mucho”, pero planifica incrementar el monto de sus ingresos.
Creo que el tema de la creatividad, de la formación, del talento, tiene su precio”.
Susana Ferrer coincide con ese pensamiento. Por ello investigó, a través de las redes, la identidad de los dueños de la agencia que le ofreció ocho dólares como sueldo base por sus servicios, así se enteró de que eran venezolanos, establecidos en el ala este de Estados Unidos y con una nutrida cartera de clientes internacionales, desde artistas, empresas en ascenso en el área de la cosmetología, arquitectura y comunicaciones, además de servicios.
Su queja pública fue tal que llegó a oídos de uno de los propietarios. En una reunión, el hombre, de unos 35 años, la descalificó. Y ella se enteró: “Esta ‘carajita’, como me llama, no es que no le gustó que me hayan dicho que no porque no estaba en Venezuela —se lee aún en uno de los mensajes de Twitter— esta carajita le molestó que pretenda pagarle una miseria a otros venezolanos aprovechándose de su necesidad”.
Fuente: Papagayo News